¿POR QUÉ LLORAN LAS NUBES?

La ciudad se vistió de gris. 

La historia termina así.
Así de mal. Así de triste.
La vida pone, a veces, finales
tristes a las historias.
Pero a muchas personas
no les gusta leer finales
tristes; para ellos hemos
inventado un final feliz...

Fernando Alonso
El hombrecito vestido de gris

Ese día gris salí de la universidad con destino a mi casa. Llevaba la mochila en la espalada y por primera vez la sentí pesada. Era un bulto de 50 kilos aplacando mi espalda. El peso de las mochila mas la pesada carga del día iban conmigo. En los pasillos encontré con algunos estudiantes conocidos. Tomé la puerta principal.  Ubiqué el carnet en el sensor de  salida para tomar la calle principal. Me detuve un instante. Sentía la necesidad de conversar con alguien. Recordé a un amigo. Hace muchos días que no lo visitaba. Sin embargo, tenía que llegar a casa. Me sentía a un en la universidad y las ganas de conversar con alguien.   

El tiempo tiene una rara forma de moverse. Eran las 6:15  con el cielo gris, completamente gris. Las  nubes tocaban mi piel con la frescura de sus aguas gaseosas.  En esas dudas de conversar y sentir la voz del otro, crucé palabras con una compañera de la universidad.

-Esta triste. -Me dijo.
Luego volvió a decir: 
-Estas más flaco, te pasa algo.
-No le dije. -Quizá un poco casado por la semana larga que tuve.

Conversamos un rato de cosas varias. Luego le comenté sobre la familia y mis afanes de semana. Tenía algo guardado en mi corazón. Algo para decir. Le hablé de mi esposa y de su experiencia de retiro laboral. También conversamos de mis hijos y de mí. Esa era la intencionalidad. Quería conversar quizá de mí. Pero me detuve. No era el momento indicado.  Paré  la conversación. Nos despedimos  sin más palabras. 

Recuerdo que me dijo:

-Si gustas conversar, me dices. 
-Es bueno que hablemos.
-Gracias le fije.
-Que descanses.
-Lo mismo.

Miré el cielo lleno de neblina. El cielo estaba llorando.   Las condiciones meteorológicas  no eran las más favorables. La noche no era prometedora. Volví a recordar mis compromisos de padre. Pero seguía con la sensación en mi corazón. Algo que me hacía pensar y meditar por instantes. Como todos los días tenía que bajar por la calle 18 hasta tomar el puente y recorrer el sendero al barrio Dorado para abordar el carro. Recordé entonces que ese día estaba de pico y placa y por eso era mi tardanza en el camino.

Los intensos nubarrones esparcidos en la ciudad también acariciaban los edificios. Era un baño de agua vaporosa que refrescaba las paredes de las casas y los árboles. Un fenómeno que pocas veces ocurría en Pasto. Un atardecer de pocos soles y sensaciones de calor. Un día de invierno colmado de nubes gruesas, frías y nostálgicas. Un tiempo distinto acercándose a  nuestras vidas para anunciarnos algo. Un recuerdo quizá, una tragedia, un sentimiento. No lo sé peor era un tiempo distinto por vivir. De esos tempos  donde el ser se vuelve frágil, sensible y la vida se parece a ese otoño gris, a ese amor  ausente del alma, a esa marea que llega sin avisar, a ese deseo que se esfuma en deseos

Giré a la derecha para observar la movilidad de la avenida. Llegaba de la oscuridad por la intensidad de los nubarrones.  La noche me estaba sorprendiendo en el camino.  Al paso de la puerta principal de la universidad miré a tres estudiantes del programa de Fisioterapia. Volví a detenerme y fue  mi segundo saludo.  Conversamos  por un instante y me sentí motivado a compartir un ratico mas. Caminé con las tres estudiantes pero con rumbo distinto. Una de ellas, no recuerdo su nombre me dijo:

-Profe, usted que habla bonito,  puede decir algo sobre este día frío y lleno de nubarrones.
Me sentí motivado. Entonces me dejé llevar por ellas.
-Caminemos les dije. -Las acompaño.  

La estudiante tomó su celular y comenzó a grabarme.
-¡Hable, me dijo!.

Espera un poco, las palabras no llegan tan fácil, -le increpé.

-¿De qué hablo le pregunté?
-Del día, de lo que está mirando.
-De la ciudad de las nubes, le dije.
-Sí, de esta tarde gris.

Por un instante vino el silencio. Era como el silencio del escritor frente de la máquina o la computadora. El cerebro estaba en blanco. Una hoja en blanco.  Recuerdo que le hablé de las dificultades que tiene escribir cuando se enfrenta a la hoja en blanco. Conversar para gravar en un dispositivo, es lo mismo que tomar las teclas para escribir. ¿Qué le podía decir? Me sentí vacío y tuve temor de la grabación que empezaba a realizar. Respiré profundo y de la mente empezaron a caer los verbos, los sustantivos y adjetivos que dan sentido al texto.  

La estudiante me miró. Tomó su celular y lo detuvo en su manos como si fuera periodista. Yo afanado en las palabras traje algunas frases sueltas. No las recuerdo.

-Espera le dije. Ya habíamos recorrido un buen tramo de la universidad.
La gente de paso nos detenía en el andén. Recobré la emoción y lancé las palabras que la estudiante necesitaba.
-Bien, dijo.
-No, le dije. -Comencemos de nuevo.

La mente estaba padeciendo amnesia. Me tomé con la mano izquierda  la cabeza y dije: 

-Piensa el escrito, piensa las ideas.  De manera vehemente vino el texto sobre el día gris, mejor la tarde gris. La pregunta que hizo posible la narración del el texto fue: ¿Por qué lloran las nubes? No tengo el texto audio pero recuerdo lagunas freses sueltas. Quien quiera escribir sobre algo debe anticipar los hechos, debe partir de los hechos. Se escriben los actos cotidianos, los objetos, las cosas que circunda a nuestro alrededor. Los seres humanos somos sujetos narrables, podemos escribir de lo que somos, escuchamos y vivimos. La narración es la manera mas simpática para describir la vida misma. 

Las estudiantes caminaron al amparo de mi compañía hasta el Seguro Social. Me despedí porque sabía que el camino a recorrer era más largo al barrio donde estaba el carro. Eran las 6.48 minutos. Pensé en mi amigo que no lo visité por entretenerme en otras cotidianidades.  Durante el trayecto volvió a mi mente la pregunta,  pero luego dejé que mis pensamientos se internaran en la selva gris. La maleta estaba pesada.  Los carros pasaban veloces al igual que la gente. 

Me sentí feliz porque hice que algo nuevo ocurriera al salir del trabajo. Dejaba la rutina de hacer lo mismo Conversar era la mejor manera de existir, la mejor forma de ser. Con la motivación de la estudiante por hacerme hablar, por hacerme sentir bien, buscando en mi mente las escrituras. Eso que uno lleva dentro y que no lo puede escribir porque debe existir el provocador o la provocadora a través del acto del habla. 

Pienso en la estudiante que va con su dispositivo llevando mi texto, buscando descifrar el texto. Buscando que el mensaje llegue por lo dicho, quizá un poco con incongruencias. Pero mi satisfacción estaba dada por la manera como en el camino encontré a una persona que le gustaba mis textos hablados y la pasión que llevan dentro. 

Tomé el puente de la 40. Apresure el paso. Sentí unas gotas gruesa de agua en mi cara. Estaban frías, muy frías. Dejé atrás las conversaciones y me dispuse a llegar a casa. Mis hijos me estaban esperando.La noche en su inmensidad estaba llena de presagios. Las noches lluviosas siempre están cargadas de mensajes que los humanos no podemos leer. 

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